Joaquín Sabina siempre se ha vanagloriado de ser un tipo de lo más satírico, desvergonzado, vicioso, irreverente, ateo, descarado, y de no sé cuántas cosas más... Y sin embargo, a todos nos encanta la música de este sujeto a la vez tímido que descarado, genial e irónico. Seguramente porque siempre desnuda su alma en cada estrofa de cada canción. Eso ocurre en la que sin duda es una de sus mejores creaciones: estas “Diecinueve días y quinientas noches” en la que nos relata como nadie lo sabría hacer igual, lo fugaz que puede ser el amor, y lo eterno que puede ser el desamor... PMR 7-10-2012
Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks. En vez de fingir, o estrellarme una copa de celos, le dio por reír. De pronto me vi, como un perro de nadie, ladrando, a las puertas del cielo. Me dejó un neceser con agravios, la miel en los labios y escarcha en el pelo. Tenían razón mis amantes en eso de que antes, el malo era yo, con una excepción: Esta vez, yo quería quererla querer y ella no. Así que se fue, me dejó el corazón en los huesos y yo de rodillas. Desde el taxi, y, haciendo un exceso, me tiró dos besos... uno por mejilla. Y regresé a la maldición del cajón sin su ropa, a la perdición de los bares de copas, a las cenicientas de saldo y esquina, y, por esas ventas del fino La Ina, pagando las cuentas de gente sin alma que pierde la calma con la cocaína, volviéndome loco, derrochando la bolsa y la vida la fui, poco a poco, dando por perdida. Y eso que yo, para no agobiar con flores a María, para no asediarla con mi antología de sábanas frías y alcobas vacías, para no comprarla con bisutería, ni ser el fantoche que va en romería, con la cofradía del santo reproche, tanto la quería, Que, tardé, en aprender a olvidarla, diecinueve días y quinientas noches. Dijo hola y adiós, y, el portazo, sonó como un signo de interrogación, sospecho que así, se vengaba, a través del olvido, Cupido de mi. No, no pido perdón, ¿para qué? si me va a perdonar porque ya no le importa... Siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta. Me abandonó, como se abandonan los zapatos viejos, destrozó el cristal de mis gafas de lejos, sacó del espejo su vivo retrato. Y, fui, tan torero, por los callejones del juego y el vino, que, ayer, el portero, me echó del casino de Torrelodones. Qué pena tan grande, negaría el santo sacramento, en el mismo momento que ella me lo mande. Y eso que yo, Para no agobiar con flores a María, para no asediarla con mi antología de sábanas frías y alcobas vacías, para no comprarla con bisutería, ni ser el fantoche que va en romería, con la cofradía del santo reproche, tanto la quería, que, tardé, en aprender a olvidarla, diecinueve días y quinientas noches. Y regresé...
Joaquín Sabina siempre se ha vanagloriado de ser un tipo de lo más satírico, desvergonzado, vicioso, irreverente, ateo, descarado, y de no sé cuántas cosas más...
ResponderEliminarY sin embargo, a todos nos encanta la música de este sujeto a la vez tímido que descarado, genial e irónico. Seguramente porque siempre desnuda su alma en cada estrofa de cada canción.
Eso ocurre en la que sin duda es una de sus mejores creaciones: estas “Diecinueve días y quinientas noches” en la que nos relata como nadie lo sabría hacer igual, lo fugaz que puede ser el amor, y lo eterno que puede ser el desamor...
PMR 7-10-2012
Lo nuestro duró
ResponderEliminarlo que duran dos peces de hielo
en un güisqui on the rocks.
En vez de fingir,
o estrellarme una copa de celos,
le dio por reír.
De pronto me vi,
como un perro de nadie,
ladrando, a las puertas del cielo.
Me dejó un neceser con agravios,
la miel en los labios
y escarcha en el pelo.
Tenían razón
mis amantes
en eso de que antes,
el malo era yo,
con una excepción:
Esta vez,
yo quería quererla querer
y ella no.
Así que se fue,
me dejó el corazón
en los huesos
y yo de rodillas.
Desde el taxi,
y, haciendo un exceso,
me tiró dos besos...
uno por mejilla.
Y regresé
a la maldición
del cajón sin su ropa,
a la perdición
de los bares de copas,
a las cenicientas
de saldo y esquina,
y, por esas ventas
del fino La Ina,
pagando las cuentas
de gente sin alma
que pierde la calma
con la cocaína,
volviéndome loco,
derrochando
la bolsa y la vida
la fui, poco a poco,
dando por perdida.
Y eso que yo,
para no agobiar con
flores a María,
para no asediarla
con mi antología
de sábanas frías
y alcobas vacías,
para no comprarla
con bisutería,
ni ser el fantoche
que va en romería,
con la cofradía
del santo reproche,
tanto la quería,
Que, tardé, en aprender
a olvidarla, diecinueve días
y quinientas noches.
Dijo hola y adiós,
y, el portazo, sonó
como un signo de interrogación,
sospecho que así,
se vengaba, a través del olvido,
Cupido de mi.
No, no pido perdón,
¿para qué? si me va a perdonar
porque ya no le importa...
Siempre tuvo la frente muy alta,
la lengua muy larga
y la falda muy corta.
Me abandonó,
como se abandonan
los zapatos viejos,
destrozó el cristal
de mis gafas de lejos,
sacó del espejo
su vivo retrato.
Y, fui, tan torero,
por los callejones
del juego y el vino,
que, ayer, el portero,
me echó del casino
de Torrelodones.
Qué pena tan grande,
negaría el santo sacramento,
en el mismo momento
que ella me lo mande.
Y eso que yo,
Para no agobiar con
flores a María,
para no asediarla
con mi antología
de sábanas frías
y alcobas vacías,
para no comprarla
con bisutería,
ni ser el fantoche
que va en romería,
con la cofradía
del santo reproche,
tanto la quería,
que, tardé, en aprender
a olvidarla, diecinueve días
y quinientas noches.
Y regresé...